Columna de Opinión
Por Roberto Gaete , 11 de mayo de 2021

La revalorización de la economía social y solidaria

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El ingeniero en ejecución en Administración de Empresas y master (c) en Innovación Social y Economía Solidaria, Luis Cárdenas, se introduce -en esta columna- en un tema que parece emergente, pero que no lo es tanto. Aquí su historia.

Más allá del capitalismo, han existido desde el siglo XIX en adelante, formas distintas de organización social que se han generado como respuestas a las profundas desigualdades e injusticias que el propio capitalismo fue produciendo. Así, desde la perspectiva del pensamiento social, algunos autores utópicos de la época, como Robert Owen o Pierre-Joseph Proudhon, quienes comparten visiones de carácter moral en torno a la reorganización de la sociedad dado el avanzado proceso de desarticulación, producto del liberalismo económico; comienzan a plantear sistemas alternativos como el cooperativismo. La revolución industrial, sin duda engendra el proceso de la cuestión social y emergen las organizaciones que aglutinan a trabajadores vinculados a diferentes iniciativas populares, como mutualidades, cooperativas y otras asociaciones; que se estructuran desde el pluralismo buscando formas comunes de entendimiento y criterios para fomentar una economía que se haga cargo de la justicia social, dando paso a la denominada Economía Social. 

La Economía Social sustenta sus principios actuales en lo que se denomina la Charte de l’économie sociale de 1980, en la que se definían como “entidades no pertenecientes al sector público que, con funcionamiento y gestión democrática e igualdad de derechos y deberes de los socios, practican un régimen especial de propiedad y distribución de las ganancias, empleando los excedentes del ejercicio para el crecimiento de la entidad y la mejora de los servicios a los socios y a la sociedad” (Monzón, 2006). 

A fines de los 70 se comienza a evidenciar parte de las trizaduras del modelo con la aplicación de las políticas neoliberales, y los efectos que ya conocemos actualmente: aumento de la desigualdad, desempleo, exclusión social, concentración y abuso del poder; beneficio de élite económica y política, destrucción ecológica, deterioro de los valores, desconfianza, entre otros. Estos y otros elementos, como el desmantelamiento del estado social y la mercantilización de los derechos sociales, dan paso a la organización espontánea de los individuos. Aparece nuevamente el paragua y el refugio vigorizante de la colaboración y cooperación marcado por la dimensión axiológica humanista, dando origen a este nuevo sello de la denominada economía solidaria.

La composición de este conjunto heterogéneo de visiones de la economía va estructurando formas y prácticas que comienzan a modelar la institucionalidad de las organizaciones en la definición de la economía solidaria que busca construir relaciones de producción, distribución, consumo y financiación basado en la justicia, cooperación, reciprocidad y ayuda mutua. La economía solidaria sienta la base desde una perspectiva humanista; es decir, pone a la persona y su trabajo en el centro del sistema económico, dejando al mercado un papel meramente instrumental, siempre al servicio del bienestar de todas las personas y de la protección integral del medio ambiente.

La economía solidaria es una invitación a la reconstrucción del sentido de la economía, si se quiere, desde una perspectiva Aristotélica, el uso de los bienes necesario para la vida buena, la reivindicación de la economía como un medio y no como un fin, dispuesto al desarrollo personal y al servicio de la comunidad para contribuir al bienestar social.

Desde la concepción ética, la economía solidaria fragua sus principios en su carta donde se estructuran sus principales fundamentos; principio de equidad, principio de trabajo, principio de sostenibilidad ambiental, principio de cooperación, principio sin fines lucrativos y principio de compromiso con el entorno

La configuración de este nuevo modelo de organización económica y política de la sociedad junto con otras formas y valores de diversos grupos que van alimentando la economía solidaria, han puesto en marcha un ecosistema poderoso a nivel mundial en el que confluyen las organizaciones y movimientos sociales, asociaciones, fundaciones, empresas sociales, ONG, cooperativas de todo tipo, banca ética, mercado social, economía del bien común (EBC), Plataforma y RRSS colaborativas, economía naranja, economía azul, comercio justo solidario y ecológico, economía circular, economía feminista, entre tantos otros.

El desarrollo de nuestra sociedad se ha cimentado en base a la cooperación y colaboración, nuestras relaciones personales se afirman en la confianza, el respeto, la ayuda mutua, la honestidad, la sinceridad, la solidaridad, todos valores fundamentales para una sana convivencia social. Pareciera ser, un momento propicio entonces, para repensar las nuevas formas de organización social, política y económica de nuestro país, el fortalecimiento institucional, la legislación y las políticas públicas en favor de la economía social y solidaria, son un elemento esencial para el interés comunitario, la sostenibilidad del medio ambiente y la construcción de un modelo socialmente más justo y democrático.

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