Columna de Opinión
Por Valentina Cortés Lehuei , 22 de abril de 2025 | 19:05Una perspectiva geológica para el Día de la Madre Tierra 2025

El académico del Doctorado en Ciencias del Sistema Tierra, de la Universidad Austral de Chile, el Dr. Luis Lara, se refiere al aporte de la ciencia para mejorar la salud del planeta.
Este 22 de abril de 2025 conmemoramos el 55º aniversario del Día de la Madre Tierra bajo el lema "Nuestro Poder, Nuestro Planeta" y parece un momento interesante para reflexionar sobre el significado concreto del evento desde múltiples puntos de vista, por ejemplo el que aportan las ciencias de la Tierra.
En efecto, la geología y disciplinas afines han jugado un rol histórico en la provisión de recursos naturales necesarios para el desarrollo y al mismo tiempo resultan fundamentales en la evaluación de los riesgos naturales que enfrentan las sociedades modernas, incluyendo algunos asociados al cambio climático.
Sin embargo, la abrumadora evidencia científica apunta precisamente a que este desarrollo ha redundado en un agotamiento de los recursos naturales y una acelerada degradación ambiental como consecuencia de un modelo no sustentable de consumo y producción, advertido oportunamente por la Organización de las Naciones Unidas.
La necesidad de una reflexión profunda que oriente el cambio de paradigma parece, entonces, insoslayable.
En el centro de este debate se encuentran aspectos tan cruciales como la transición energética y la forma en que ocupamos el territorio, particularmente cuando este se encuentra expuesto a amenazas naturales.
En este contexto, las geociencias pueden contribuir al diseño de una transición energética responsable y justa en tanto proveen conocimiento y técnica necesarios para asegurar la disponibilidad de los insumos esenciales.
Pero incluso más allá, esta área del conocimiento puede contribuir al cumplimiento de varios otros objetivos reconocidos en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, por ejemplo la provisión de agua limpia o sitios adecuados y seguros para el establecimiento de asentamientos humanos o infraestructura en contextos ambientales complejos.
Es cierto que podemos contribuir individualmente a mejorar la salud del planeta con múltiples acciones que suelen difundirse profundamente en cada Día de la Madre Tierra. Sin embargo, el lema de este año parece especialmente acertado en tanto invita a reconocer la necesidad de un esfuerzo colectivo como estrategia más efectiva para alcanzar condiciones de bienestar ambientalmente sustentables.
Sin embargo, esta razonable aspiración implica también desafíos de diversa naturaleza a los cuales las geociencias no son ajenas.
La geología permite reconstruir la historia de la Tierra. La perspectiva del tiempo profundo permite reconocer variaciones seculares del clima, pero también la envergadura sin precedentes del cambio que está experimentando el planeta en el Antropoceno.
Esa misma mirada permite valorar el desarrollo alcanzado sobre la base de los recursos minerales y energéticos disponibles en el planeta, pero también las externalidades negativas que ha acarreado su explotación.
En este ámbito, surge la paradoja de que el desarrollo sostenible, aquel que mitiga los efectos del cambio climático y al mismo tiempo avanza a la superación de diferentes formas de inequidad, depende críticamente de recursos naturales cuya extracción implica significativos desafíos ambientales, sociales y políticos.
Por ejemplo, las tecnologías emergentes requieren de minerales críticos cuya distribución global podría incluso redibujar el equilibrio geopolítico. La escasez de estos materiales, por otra parte, empuja a buscar algunos de ellos en ambientes altamente sensibles como los fondos oceánicos o los salares.
Lo anterior implica una complejidad mayor, que se puede enfrentar con el mejor conocimiento disponible como resultado de la integración de disciplinas.
En este sentido, conviene reconocer la responsabilidad de la academia en la formación de profesionales que se desempeñarán en un mundo diferente y esencialmente cambiante. Las competencias necesarias para ese nuevo mundo son diferentes a las que moldearon el escenario actual. Resulta fundamental formar a las nuevas generaciones con una visión integral que combine el conocimiento técnico disciplinar con la conciencia ambiental.
Los profesionales del futuro deberán ser no solo expertos en la identificación de recursos, sino también en la minimización del impacto asociado a su extracción. Deberán desplegar el conocimiento básico necesario para habitar de manera segura un paisaje expuesto a las fuerzas de la naturaleza. Más aún, deberán intervenir de manera activa en el debate público sobre la gestión de los recursos naturales y el tipo de desarrollo que queremos emprender.
Para todo ello se requiere una formación de sólida base científica, pero especialmente una formación integral con desarrollo de competencias interdisciplinares que permitan enfrentar las complejidades inherentes a este tiempo.
Mejorar la salud del planeta no parece una tarea simple, pero el desafío está a la altura de las oportunidades que se abrirán para las generaciones futuras si tomamos las decisiones adecuadas hoy.